-”No pueden estar aquí chicos, métanse hasta que me den la orden de que pueden abordar el camión.”
Nos dijo la coordinadora del transporte. Nosotros, con todo y nuestra cara de estupidez y sueño mañanero, obedecimos y pasamos la reja.
El viaje, si bien cansado y relativamente largo, fue bastante ameno (inclusive cuando se empezó a llorar por una película) y la vista de lo que alguna vez fue la inspiración del Dr. Atl, engrandeció el valor de la visita. Un poco más adelante, llegamos a Huejotzingo.
Si bien por fuera se veía imponente (aunque un poco simple), el convento definitivamente fue una primera imagen de la visita.
No tardamos mucho en impresionarnos: primero con las pinturas en las paredes, después por la hermosa arquitectura del lugar. Al pasar por las celdas de las monjas, en el piso de arriba, no pudimos pero recordar algunas escenas de películas de terror: el interminable pasillo y la ventana a final de el, la tenue iluminación y los cristos mirándonos, con eterno sufrimiento y agonía.
Mientras esperábamos fuera del convento, una pequeña reja a lado del edificio principal me llamó la atención. No me sorprendí al ver un pequeño cementerio. Junto, en la pared, había placas de cerámica con los nombres de algunos difuntos de épocas pasadas.Acto seguido, nos encaminamos a Santa María Tonanzintla.
La visión de la Iglesia por afuera, con sus colores brillantes, se hacía similar a cuadros de Frida Kahlo. Al entrar quedamos deslumbrados y totalmente apantallados. Todos los detalles del maravilloso barroco indígena eran asombrantes y maravillosos. Había un obvio cambio respecto al barroco español: era tan brillante y colorido, tan sincrético y original, como jamás lo habíamos visto. Se podía apreciar las frutas y algunos trajes indígenas en querubines y ángeles en el techo. El espíritu santo hasta arriba de la cúpula sosteniendo el candelabro. Aunque la gente que estaba ahí tuvo problemas en explicarnos muchos detalles de la iglesia, no hubo necesidad de ella.
Poco más de media hora después desembarcamos el camión para visitar la biblioteca Palafoxiana, y a pesar de que nuestro grupo tuvo que esperar otra media hora para verla, no no nos importó una vez que la vimos. Con los primeros pasos dentro de ella me quedé boquiabierto. Tres pisos de conocimiento y maravillosas páginas prohibidas para muchos. Todas las disciplinas, libros incunables y libros prohibidos, ciencias naturales y sociales, oratoria profana y sagrada. Lo más conmovedor y sagrado de ahí: una copia original de “El ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha”. Al salir de ahí (bastante extasiado, yo por lo menos), caminamos unas cuantas cuadras hasta el hotel colonial, donde disfrutamos una extensa comida (estamos seguros que los maestros sufrieron esta parte del recorrido). Al acabar, nos dirigimos a la célebre calle de los dulces, en donde muchos acabaron de llenar su buche. Ligeramente caóticos y ruidosos, llegamos al templo de Santo Domingo, a ver la iglesia, sí, pero sobre todo la capilla del
rosario.
Al entrar, fue una imagen ligeramente perturbante: un padre bastante anciano, rezando en voz baja con los ojos fijos en el horizonte, junto a una imponente estatua de Jesucristo.
Si bien los retablos de oro en la iglesia eran increíbles, no se comparaban en lo más mínimo a los de la capilla. Aunque entramos ya entrada la tarde, la luz se reflejaba imponentemente sobre el brillante oro del monumento. Los detalles eran impresionantes y deslumbrantes, tal ves no como en el barroco indígena, aunque de la misma forma hecho por las mismas manos dueñas de la tierra. Salimos de ahí plenos, y apantallados.
Unas cuantas cuadras con música vocal de fondo por parte de nuestros compañeros, y nos dirigimos de nuevo a chilangolandia...
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